Saliendo de casa, parada sola en la esquina una mujer hace el esfuerzo por no mirarme. Ella sabe que yo la miro y con mi vista amenazante la hipnotizo para arrancarle una mirada. La primera vez que mira se sonroja e intenta cruzar la calle sólo para darse cuenta de que un auto viene a toda velocidad, entonces se detiene. Yo la miro más intensamente para ponerla nerviosa, para quitarle unas palabras aunque sea. Se inquieta al punto de moverse en el lugar y yo la sigo molestando con mi sola presencia. No me acerco; ella no me mira. Ahora los dos estamos un poco inhibidos; yo siento que me mira un perro de manera obscena. Nosotros tres, eso es: la mujer, el perro y yo formamos un triángulo equilátero que se rompe sólo cuando el perro decide acercárseme. Yo respondo alejándome de él y acercándome a la mujer. Ella me mira desconsolada y va a decirme algo. Trato de escucharla por sobre el sonido de los autos pero sus palabras se me escapan. Pido la repetición. Ella me pega una cachetada y se va rápidamente. El perro me mira ofuscado y se aleja con resquemor. Permanezco sin cruzar la calle tratando de entender lo que acaba de pasar.
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