No nos vamos a poner de acuerdo.
En nuestra pequeña guerra
se juega el espacio,
pero sucede que el no estar de acuerdo,
el conquistar espacio,
lejos de enemistarnos, nos acerca.
Avanzamos devorando terreno.
Súbitamente, nos damos cuenta
que sostener todo nuestro alrededor
cuesta un tremendo esfuerzo,
y lo soltamos
y abandonamos terreno
despreocupados, desposeídos,
marchando sin bandera, sin paso marcial.
La cinchada se va ajustando
y, tensos, bailamos en el barro.
Caemos en él
como cayendo en la victoria.
Y cuando finalmente nos miramos,
cuando en el armisticio nos rodeamos con los ojos,
nos entregamos totalmente
porque hemos vencido.
Tuerto, a nuestros pies, el cíclope de la Soledad.