Hay un monstruo en nuestro armario. No osamos abrir la puerta por miedo a que nos ataque, a que nos separe por siempre. Conjeturamos, por todo el tiempo que ha pasado, que está muerto. Sus uñas deben estar marcadas sobre alguna campera, sus colmillos, que imaginamos como los de un mamut, habrán rayado el roble del mueble dejándolo completamente inutilizable. Si se parece algo a nosotros debería haberse sofocado hace meses ya, o al menos desfallecido del hambre. Pero el tiempo es engañoso y algunas noches juramos que lo podemos oir, y con terror nos acurrucamos en la cama para entrar abrazados a un sueño que nos aleje de la pesadilla.
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