La pareja empezaba a impacientarse, y cada vez fijaban sus ojos de manera más perturbadora sobre el público transeúnte que elegía entre ignorarlos o rebotarles la mirada con la más marcada descortesía. Pero estar en tan lindo lugar y no conseguir una foto es por lo menos vergonzoso. Por eso a la mirada desesperada se le sumaron algunas palabras de urgencia, a saber "Puede tomar foto...er...por favor?". Todo dirigido a un joven que hasta recién había hecho caso omiso de su presencia. Como uno tampoco quiere ser maleducado se presta, y ahi nomás, casi en un acuerdo tácito, la pareja se acomoda frente al Palacio Real y en un abrazo histriónico congelan una sonrisa que le hace acordar al fotógrafo a un perro amenazado. El joven se sobrepone y tratando de encuadrar bien, de capturar la venecita más colorida, la más abarcativa, la que garantizará que la operación no tenga que repetirse, se prepara para presionar el botón. Automáticamente se escapa un "ahí va, eh!" momento en el cual la pareja tensa el acordeón de sus dientes con una impaciencia que sólo se ve en los ojos. Por fin el joven dispara. La cámara hace un ruido desproporcionado. El joven mira la pantalla digital como Dios al Mundo en su séptimo día, en sus oídos unos gritos de fondo. Contento con su pequeño retrato al aire libre levanta la cabeza para comunicar que ha salido bien...una espera necesaria de gratitud le llena la panza. Pero desde el piso la mujer lo mira con rabia, una línea trémula de agua rayándole la mejilla. En sus brazos el hombre permanece callado, flácido, perfectamente estático excepto por el torrente de sangre que le arruina la camisa. El joven no puede evitar pensar en La Pietà y en todos los turistas que todavía no encuentran fotógrafo que los inmortalice.
1 comentario:
Acerca de la fotografía, los viajes y ese intento desesperado de alcanzar la eternidad a partir de una instántanea.
Un cuento fantástico, con todas las de la ley.
Te extrañaba... espero que estés muy bien.
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